Abrir el broche de oro

Escrito el 29/10/2020
Ipstori

En 2019 en México se leeyeron en promedio 3.3 libros al año por persona y de esas personas sólo 2 lectores comprenden totalmente el contenido de lo leído. Con estos datos resumimos que en promedio leemos un libro cada 3 meses, más alarmante aún es saber que en los últimos 5 años ha caido casí 10 puntos este indicador.

Necesitamos hacer algo al respecto!!! por esto quisieramos recordarte algunos de los beneficios que te da la lectura y con ello generar concienia de lo que esto te puede ayudar en tu plan de vida y algunos de ellos son:

  1. Pensar mejor y ampliar tu criterio.
  2. Relajarte y contorlar el stress.
  3. Tener mayor concentración y memoria.
  4. Mejorar tu vocabulario, ampliar tu lenguaje y desarrollar tu mente.
  5. Desarrollar tu creatividad
  6. Crea mayores temas de conversación.
  7. Genera seguridad en ti mismo.
  8. Te ayuda a distraerte sanamente.
  9. Es barato y lo puedes llevar contigo a cualquier parte.
  10. No importe que te guste, seguro encontraras uno que se adecue a lo que te gusta.

Por todas estas razones la lectura es una de las actividades que te ayudará a crecer como persona y como profesionista, si quieres encontrar una manera distinta de ver la lectura te invitamos a conocer Ipstori.

https://ipstori.com/wp-content/uploads/2019/08/Aviso-de-Privacidad.pdf

 

Abrir el broche de oro

 

El colchón sin base a veces es más cómodo de lo que parece. Estar más lejos del techo y del cielo da perspectiva sobre qué tan bajo se ubica el suelo. Él está tirado en esa media cama, separado del piso por unos cuantos centímetros, a pesar de sentirse en un planeo como de hoja de papel cayente.

Flota en esa hamaca aérea más por buscar anestesiarse que por estar feliz. Eso de tirarse en la cama cuando se siente mal es para buscar un lugar seguro que no encontró fuera de su cuarto. Está herido, enojado, decepcionado. Y no lo sabe, o cuando menos no con esas palabras, pues en su pecho solo alcanza a formular dos vocablos: “mal” y “raro”.

Mientras que unos auriculares color cian le cubren las orejas, él envuelve un prendedor entre sus dedos. Lo encontró hace varias semanas mientras revisaba bolsas negras en busca de latas o vidrio para reciclar. En ese momento pensó en regalárselo a su morrita preciosa. Incluso, con la intención de disimular que lo encontró entre basura, hizo las cuentas de cuánto reciclaje necesitaría vender para comprar un broche así y sus días como reciclador sí aparentaban cubrir el plazo.

Pasó varios días con la mente fija en el broche, especulando sobre cuál sería la mejor fecha para entregarlo a su próxima dueña; de la misma manera que ahora, después del rompimiento inesperado, la pieza de oro le llena la cabeza. Ella se adelantó a toda planeación y lo terminó sin mayor señal. Algo como lo que hizo su hermano unos días después, cuando se fue de la casa.

Por eso está herido, enojado, decepcionado, y por eso su colchón sin base le parece tan cómodo: es anestesia pura. Quiere paliar la desabrida impresión de que sus historias terminaron antes de tiempo. Faltó que la trama alcanzara a desarrollarse como merecía.

Sobrados casos así hay en las distintas vertientes de contar historias. En el cine, por ejemplo, Alfred Hitchcock y Josef von Sternberg dejaron inconclusas Número 13 y Yo, Claudio. Más recientemente, en este año, series populares como Supernatural, Marianne, Mindhunter y El mundo oculto de Sabrina han sido canceladas antes de que terminaran sus temporadas planeadas. En la literatura, son notables los casos de Los 120 días de Sodoma, El hombre sin atributos o El castillo, del Marqués de Sade, Robert Musil y Franz Kafka respectivamente, que son novelas cuyos autores no terminaron.

El extremo contrario serían los finales herméticos, que cierran todos los hilos, que concluyen la épica que ha durado épocas y ha causado tanto dolor en los personajes y en la audiencia. Sagas cinematográficas como El señor de los anillos, Star Wars y El Padrino, así como series del tamaño de Breaking Bad, The Wire o Los Soprano, tuvieron conclusiones a la altura de sí mismas. Lo mismo series literarias, como Trilogía de la Ocupación, La Serie de la Fundación o Mi Lucha, de Patrick Modiano, Isaac Asimov y Karl Ove Knausgaard.

Los finales también pueden pensarse en función del sabor de boca con el que dejan, de la emoción con la que quieren que el público (lectores, oyentes, asistentes, etc.) se vaya. Un ejemplo sería la duda que traen los finales abiertos, sometiendo a debate e interpretación qué pasó ulteriormente con los protagonistas, como en Casablanca, o con la trama, como en El Origen. También está la sorpresa de los giros dramáticos en los que algo altera por completo el curso que llevaba la historia ―la revelación del culpable inesperado en El asesinato de Roger Ackroyd o el descubrimiento de un nombre fundamental en Ciudadano Kane―.

De la misma manera, las historias pueden irse dejando un tanto de esperanza, como Stevens, en Los Restos del Día de Kazuo Ishiguro, quien a pesar de fracasar en su empresa amorosa con Miss Kenton decide disfrutar en paz lo que le queda de vida. O bien, presentando escenas con denso simbolismo, alegorías visual o psicológicamente poderosas que obligan a discutir qué rayos quieren decir (La casa de Jack, Odisea en el espacio, Evangelion).

Para ir cerrando (pun intended), vale decir que los finales también pueden pensarse con base en la estructura de toda la historia. En las estructuras lineales, las últimas páginas cuentan las partes finales de la trama (Los detectives salvajes, El Quijote). Una historia puede contar primero en qué acaba, para luego explicar todo lo que sucedió antes, como Moulin Rouge y Forrest Gump. También pueden abrir y cerrar con el principio, cual uróboros, en la manera en que hizo García Márquez con Crónica de una muerte anunciada.

Y una última opción es seguir una estructura circular-linear, en la que a medio texto se retoma el principio, para luego seguir avanzando hasta el final. Tal es el caso de este Munch-ips⚡, en que un tipo desgarbado se da cuenta de que un colchón sin base a veces es más cómodo de lo que parece. Estar más lejos del techo y del cielo da perspectiva sobre qué tan bajo está el suelo. Él está tirado en esa media cama, separado del piso por unos cuantos centímetros, a pesar de sentirse en un planeo como de hoja de papel cayente.

Es domingo de bajón, universal y que parece que se repite a diario desde hace varios meses. El tedio se siente como espuma en el aire. Y para colmo de tristezas, su carnal y su morrita preciosa se fueron, abandonándolo con un montón de música vieja y un prendedor atascado. Busca algo en su pantalla, mediante indicaciones tecleadas. Tras un exasperante “cargando”, por fin puede ver al cuarentón soso que le habla de electrónica durante una hora, hasta dejarlo otra vez en lágrimas. Desde su casa, el otro explica que hoy será su última transmisión y cierra con un “Esta historia está por terminar”.

Con celeridad, el espectador se endereza. Entra en pánico a pesar del toque que se dio mientras veía la transmisión. No puede ser que se completen los tres lados de su abandono: su hermano, su novia y su mentor. Lanza el teléfono fuera de su vista. El aire le escasea en tanto se altera más y más. La mandíbula se tensa, la vista se cierra. Mientras la ansiedad muta a enojo, alcanza a respirar hondo.

Ni madres, piensa, las historias no acaban a la mitad. Uno no sale a media pandemia (so pena de rebrote); tampoco se aborta un tratamiento sin cubrir los días recetados. Los hermanos no se van cuando la basura es medio de subsistencia. Los profesores de electrónica tampoco, mucho menos cuando están enseñando en sus transmisiones a construir un guante musical. Las cosas aquí no acaban, piensa el tipo sobre el colchón. Voy a ir a pinches reclamarle a ese zonzo. Debe retomar sus videos. Pero primero tengo que vender este broche. Con eso armaré mi guante musical. Para que la historia continúe, hay que abrir los broches, y más si son de oro.

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